Desde aquellas vacaciones ficticias que hice a Turquía, no había viajado, la crisis, la maldita crisis, mermó las posibilidades. Sé adaptarme a las circunstancias, aunque en el fondo envidie a aquellas personas que tienen el privilegio de ver las maravillas que se expanden por el mundo, disfruto de las pequeñas cosas que tengo cerca.
Este verano, la economía nos permitió el placer de poder salir unos días. Tenía que ser algo cercano y con recursos limitados…. la Rioja y Soria.
La búsqueda de un lugar donde alojarnos en la Rioja me llevó a un pequeño pueblo no lejos de Logroño, Castroviejo.
En el blog de la Facultad de Castroviejo, que es la casa donde nos hospedamos, leí que los bosques, los hayedos que pueblan los alrededores, los cuidan los Gnomos, que ahora en otoñoson los que se preocupan de que se pueblen de setas para que los habitantes de esta tierra puedan disfrutar de sus texturas y sabores, que verdaderamente son mágicos.
Ayer, después de leer tuve la sensación de que quien escribía aquellas palabras sentía un amor muy especial por estos lugares y pensé que trasmitirle a Adrià, mi nieto, una parte de ese sentir sería una buena manera de enseñarle a valorar las pequeñas cosas.
LA MAGIA DEL BOSQUE
Los días se van acortando, el otoño está en pleno apogeo y las mañanas son frías, levantarse causa pereza, aun así….
-Vamos Adrià, despierta, que nos vamos al bosque-
-¿Al bosque?- dijo, restregándose los ojos
-Si, al bosque, en el bosque habitan unos diminutos personajes que todo el mundo piensa que solo son historias de cuento para niños, yo los he visto, y sé que tú estás preparado para verlos-
Sus ojos se abrieron curiosos y dijo -si yaya, vamos a verlos-
Y caminaron por el camino que lleva al bosque de hayas, robles y alisos.
-Yaya, ¿para qué es la cesta?-
-Para guardar las setas que los gnomos nos han cultivado, tenemos que cogerlas con mucho cuidado y depositarlas en la cesta, por los agujeros caerán las esporas que germinarán y darán nuevos frutos, y mira bien donde pones los pies, los gnomos son diminutos y podríamos pisarlos, además, tenemos que hablar bajito, ellos tienen un oído muy sensible y los ruidos de extraños les asustan, además, si estamos silenciosos escucharás las voces del bosque -
-Valee- Contesto en un susurro.
-Escucha, ¿oyes ese sonido?-
-Si yaya, ¿qué es?-
-Es el agua, y la melodía de fondo la ponen los pájaros y el viento, los gnomos son músicos y componen estas melodías-
-¿Y los gnomos, no los veo, dónde están?-
-Agáchate, ves buscando sus huellas, son diminutas, más pequeñas que la uña de tu dedo meñique-
-Mira yaya lo que he encontrado, es un conejo que tiene un palo en una pata-
-Pobrecito, se ha herido. Pero mira, el palo que tiene atado a la pata es para que se cure, seguro que han sido ellos, los gnomos, son también los enfermeros del bosque-
-¡Cuantos árboles! No veo el cielo-
-Ellos los cuidan, son frondosos por su mimo, los limpian y los mantienen vivos, los humanos necesitamos su oxígeno y los animales su cobijo y sus frutos, los gnomos también son forestales
-Yaya- susurró Adrià- he visto uno, vennn-
Allí, agazapado bajo una gran seta estaba, Adrià estaba asombrado y con unas terribles ganas de gritar, pero su yaya le hizo un gesto de silencio poniendo un dedo en los labios.
-Siéntate y tiéndele la mano, despacito-
Adrià le tendió la mano con la palma hacia arriba y el hombrecito de gorro de pico rojo y barba blanca, saltó sobre ella, con voz muy tenue le dijo….
-Acércame a tu oído para que puedas escucharme bien-
Adrià hizo lo que le decía y el pequeño gnomo le dijo.
-Todo lo que ves, todo lo que sientes, lo que hueles, lo que oyes, es fruto de la magia del bosque, nosotros, los pequeños duendecillos permanecemos en ellos para que no se pierda, los niños como tú sois los magos grandes y tenéis que ayudarnos desde las ciudades para que siempre permanezca vivo. Y ahora, dame un beso de gnomo, frotando nuestras narices, después vuelve a dejarme en el suelo-
Adrià hizo lo que decía el gnomo, el roce de la diminuta nariz le produjo cosquillas, ya en el suelo se despidió alzando su brazo y desapareció.
Adrià y su yaya volvieron felices a casa, con la cesta repleta de setas y la satisfacción de saber que habían tenido la suerte de sentir de cerca la magia del bosque.
2 comentarios:
Pues claro que sí, Amparo. No hay mejor modo de hacer valorar a un niño las pequeñas cosas que un paseo lleno lleno de imaginación por el bosque.
Y, por supuesto, nada mejor para que los abuelos cultiven esa imaginación que contar cuentos a los nietos.
Si lo sabré yo.
Besos (También a tu nieto).
GRACIAS AMPARO
POR EL CUENTO , QUE ME SIGUEN GUSTANDO COMO CUANDO ERA NIÑO (AUN LO SERE?), Y POR LA MUSICA, CUANDO NACIO MI HIJO TENIA DIFICULTAD PARA DORMIRSE Y ADEMAS SE DESPERTABA CON FRECUECIA , LO DORMIA PASEANDOLO EN MIS BRAZOS POR LA HABITACION CON ESTA MUSICA DE FONDO .
OTRO MOMENTO MAGICO
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