
Cada día me cuesta mas escribir, empiezo algo y lo borro por que todo me parece trivial y sin sentido, esta mañana di un repaso a este baúl que intente llenar de recuerdos, el 8 de septiembre del año pasado empecé a meter bártulos con alguna de las leseras que habían ocurrido o que ocurrían en ese momento en mi entorno.
Algunas las considero patéticas, son testimonio de que no soy escritora ni lo pretendo pero creo dejan claro quien soy y como pienso, otras, la segunda entrada que siempre será la primera me arranca una pequeña lagrima, pequeña por que ya no soy capaz de llorar por casi nada, siempre fui de lagrima fácil y de emociones no contenidas pero ya mi corazón se endureció y casi nunca lloro, lo escrito, escrito queda y las bellas palabras que abrieron este espacio siempre estarán en el como testimonio de un cariño que nunca se borrara.
De mi espacio anterior he querido rescatar este cuento que escribí hace un año y que aunque hoy le veo algunos fallos lo pego tal como lo sentí en aquellos momentos y en homenaje a aquellas personas que su vida importo menos que una simple baliza de seguridad.
Era un día mas, un día cualquiera de mi vida, algo me inquietaba, sentía una extraña sensación en mi interior, estaba ansiosa y deseaba que terminase la angustiosa jornada de trabajo para irme a casa. Mire el reloj de la pared de la oficina, eran las 12, ya falta poco... me dije.
Automáticamente como lo vengo haciendo desde hace años me dirijo al metro, bajo las escaleras con desgana, en el andén de la estación las mismas personas de todos los días, caras cansadas y cuerpos sudorosos de hombres y mujeres que han acabado su jornada laboral.
Es un día más, un día cualquiera de la vida de gente sin nombre.
El viejo tren aparece chirriando, también el parece sentirse cansado...cuando coño cambiaran estos trastos... pienso para mi misma mientras me “acomodo” en uno de los desvencijados asientos.
Despliego el periódico que he guardado esta mañana en el bolso, el mismo inmigrante colombiano de todos los días lo reparte a la salida del metro.
El viaje del Papa llena la primera pagina.
Me digo… el Papa tenía que coger este tren
La ciudad patas arriba desde hace semanas para que no le falte nada al Papa. Todos y cada uno de los jardines de Valencia deben estar perfectos, esa flor que hace 4 meses estaba marchita ahora debe verse amarilla y blanca. La cuidad limpia como nunca, recibimiento en honor de multitudes, escoltas, cuerpos de seguridad del estado vigilando que no suceda nada, instalación de gradas para verlo, iluminación. Cientos de millones gastados y tirados por la alcantarilla.
¡Mierda de vida! exclamo sin darme cuenta, sonrió tontamente como disculpándome mirando al señor que se sienta junto a mi y que me mira con asombro
El chirrido de las ruedas del tren me sacan de mis divagaciones …Un tremendo golpe me arranca de mi asiento y mi cuerpo es zarandeado de un lado para otro, ni siquiera siento dolor cuando salgo despedida por una de las ventanas que se rompe, gritos, hierros, oscuridad… mas gritos.. y después, un aterrador silencio …despierto de lo que creo ha sido una pesadilla, apenas recuerdo nada, un inmenso resplandor al fondo del túnel me indica la salida, no estoy sola, muchas de las caras de los que están a mi lado me son conocidas.
Juntos caminamos hacia la luz…
Ha pasado un año, la línea 1 del metro continua siendo la misma, este año no hay visita papal, este año tenemos la copa de america y el puerto de Valencia esta rebosante de lujo mientras cada día miles de personas se amontonan como ganado en los desvencijados vagones…y es que en estos trenes viajan los nadie, los que como dice Galeano…. cuestan menos que la bala que los mata