Este fin de semana ha
estado cargado de emociones y de recuerdos. El sábado por la noche la película “La
voz dormida” ponía los pelos de punta ante la dureza de las imágenes de lo que
fue una etapa muy negra en esta España nuestra y en el recuerdo de los que como yo aun rozo de soslayo algunos acontecimientos difícilmente se pueden
olvidar, mi padre trabajando por unas miserables pesetas en batallón de
trabajadores, mi madre arrodillada fregando las tarimas de la Catedral de
Teruel o lavando ropa en el lavadero de aquella casa de ricos y cuyo lugar para asear sus ropas era más
grande que toda la casa en la que vivíamos.
Siempre supe que mi padre
era rojo y que renuncio a una vida acomodada en una familia burguesa y beata,
y de mi madre poco a poco y como fui creciendo conocí todas las penurias que
padecieron durante la guerra y en los años siguientes.
Anoche, Marian Alvarez y Natalia Molina alzaron su voz en la gala de los Goya reivindicando
el derecho de las mujeres a decidir cómo queremos ser y que queremos hacer con
nuestras vidas. Emociona cuando escuchas a estas mujeres tan guapas reclamar los
derechos de todas las mujeres, pero además de la emoción afluye también un
sentimiento de rabia, rabia al pensar que olvidamos que no podemos bajar la
guardia, que agazapados y disfrazados de corderos están los lobos de esa
maldita derecha escudada tras la banca, la iglesia y los poderosos.
Estos recuerdos me
llevan a la conclusión de que nunca debemos confiar en quienes gobiernan y manipulan las leyes a su antojo, que siempre
tenemos que estar alertas para no dejar que nos quieran hacer dar pasos hacia atrás,
que nuestras metas no son defraudar ni tener cuentas en paraísos fiscales ni
ser princesas ni infanta tonta, nuestras metas son ser mujeres libres con derechos
propios que ningún gobierno tiene derecho arrebatarnos.
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