Cartas con sabor a sal
Dedicado a todas aquellas mujeres…
sin conocerlas he percibido su tortura
Amparo Gómez
Grosseto, 25 de Septiembre de 1948
Querida Julia,
Ya ves que no falto a mi promesa y, tras llegar al destino y acomodarme en la que a partir de hoy será mi casa y mi nueva vida, aprovecho la salida de Arturo a resolver unos asuntos de trabajo para escribirte contándote cómo es todo esto.
Ha sido increíble, Julia. Después de vuestra sentida despedida en el aeropuerto, al llegar a las escalerillas del avión y ante el asombro de todos los pasajeros y azafatas que esperaban en lo alto, me ha tomado en brazos ascendiendo hasta depositarme en mi asiento.
A pesar de las dudas que siempre te ha suscitado, he de decirte que estás muy equivocada con él. Sabe que para mi no ha sido fácil separarme de ti, eres mi más entrañable amiga y la única familia que tengo, sin ti mi vida no habría sido nada. Es por eso, porque sabe lo sola que estoy en este mundo que me colma de atenciones, además, tú sabes que es un ser muy positivo y que a su lado la tristeza desaparece.
La casa es preciosa. Nunca imaginé que el mediterráneo fuese tan inmenso. ¿Recuerdas cuando de niñas nos llevaban nuestros padres a la playa y pensábamos que el mar terminaba allí donde la línea del agua se juntaba con el cielo?, ahora veo esa línea desde otro punto y pienso que no estamos tan lejos, que quizás alguna vez nuestras miradas se pueden cruzar si ambas miramos con atención…. uy, estoy empezando a divagar, continúo contándote como es la casa… Está situada frente al mar, en la provincia de Grosseto, en el corazón de la Maremma. Según me ha explicado Arturo es una antigua construcción que él mandó restaurar dotándola de las mejores comodidades pero sin dejar perder el estilo de origen, al parecer es una construcción de la Edad Media, ¿te imaginas?, yo en un castillo de la Edad Media cual princesa de cuento de hadas, con su bello príncipe y sin faltar el amor… Continúo. Tiene dos plantas más el ático. Desde la sala en la que te escribo se ve el mar, nuestro mar, mi mar, ese mar que tantos momentos de felicidad me ha proporcionado y a la vez tanto dolor, dolor que no hace mermar el placer que sus aguas me proporcionan… Una escalera conduce hasta la playa, un jardín rodea la casa, la vegetación es abundante y está muy bien cuidada.
Aún no se qué papel voy a desempeñar en este lugar. Quiero trabajar, me gustaría situarme por mi misma sin la ayuda de Arturo, buscar un bufete, ejercer de lo que me gusta, planificar mi tiempo y sentir que conservo un espacio propio. Aunque de momento estoy a gusto disfrutando de lo maravilloso de este amor, querida amiga, qué afortunada he sido al conocer a Arturo.
Escríbeme tan pronto como te sea posible y mantenme informada de todo lo que haces, no quiero perder el contacto con lo que quiero.
Un abrazo muy fuerte, muy fuerte.
Gloria
Grosseto, 10 de enero de 1949
Querida Julia,
Es la primera vez que no has estado a mi lado en estas entrañables fiestas, desde la muerte de mis padres nunca nos habíamos separado. Sin ti no se cómo habría superado aquel trance, tus padres y tú os convertisteis en mi apoyo, en mi familia, es por eso que hoy me siento incompleta, me falta tu abrazo y tu compañía.
Después de días y días planeando el viaje le surgió un contratiempo en el trabajo y tuvimos que posponerlo, no creas que a él no le dolió, vi lágrimas en sus ojos cuando me comunicaba que no podíamos viajar a España para pasar las Navidades contigo. Tenía que salir en vuelo urgente a Nueva York y yo tendría que quedarme en casa esperando su vuelta, se trataba de un viaje corto, resolver unos asuntos y volver. Me prometió que estaríamos contigo para el año nuevo.
El día de Reyes bajé a la playa. Hacía mucho frió y un gran olaje agitaba las aguas de nuestro mar, en la arena de la playa siempre te siento cercana, no se que sería de mi sin tu recuerdo. Te había comprado un precioso colgante con una amatista granate en un viaje que hicimos a Roma a finales de Noviembre. A mi me gustaba más la piedra en verde por ser tu color preferido, pero Arturo dijo que el granate tiene más clase y es más elegante, no quise contradecirle, él es más de mundo y entiende más que yo.
Ve a la playa Julia, siéntate un rato en la orilla y vigila con atención las aguas, tiene que estar llegando mi regalo. El mar te lo acercará, ya que a mi me es imposible enlazarlo en tu cuello. Lo deposité con sumo cuidado sobre las olas y le pedí a un delfín que te lo llevase con esta dedicatoria…
“Para Julia, de su amiga Gloria, aquella que tanto le debe y solamente puede agradecérselo con este pequeño regalo que el mar le entrega”
Hace dos días que ha regresado.
Me ha traído un precioso abrigo de piel de Visón que ha comprado en una de las mejores tiendas de Nueva York. Tendrías que verme Julia. Va a llevarme a la ópera en Venecia para que lo luzca -“no volveré a dejarte sola, amor mío..., me he sentido tan desafortunado sin ti”- me ha dicho mientras me besaba sin dejar de pedirme disculpas, me ama. Puedes sentirte tranquila querida mía, todas las tristezas se disipan cuando me siento entre sus brazos.
Me ha prometido que viajaremos esta primavera a España, que si algo se complicara podría ir sola. Me he sentido tan feliz al escucharlo… Le amo, le quiero tanto que cualquier contrariedad se me olvida cuando me besa.
Muchos besos para ti y tus padres. Diles que no les olvido, que os quiero mucho.
Gloria
Grosseto, 14 de Julio de 1949
Querida Julia,
Sé que tienes que sentirte decepcionada conmigo ya que no cumplo mis promesas. Esta vez la justificación es sobradamente razonable… estoy esperando un hijo. El médico dice que tengo riesgo y es mejor que guarde reposo. No sabes lo triste que estoy de no poder verte. Te echo tanto de menos Julia. Ni siquiera puedo bajar a la playa, las escaleras me producen vértigo, temo caerme y perder al bebé. Menos mal que desde la casa veo el mar y eso me reconforta.
¿Sabes?, le he pedido a Arturo que si es niña me deje ponerle tu nombre, no me ha contestado, solo ha sonreído. Sería perfecto teneros juntas… mi hija y mi amiga.
Hace calor, el verano ha entrado con fuerza y el sol es sofocante. Te escribo desde el jardín, desde aquí se oye el golpear de las olas contra las rocas.
Me siento muy sola, Arturo siempre está viajando u ocupado con sus negocios. Dice que ya no puede llevarme con él a ninguna de sus fiestas sociales ni de viaje y que mi figura se va haciendo fea. Naturalmente todo esto lo dice bromeando, continúa siendo el mismo de siempre, me ama.
Si tuviese una amiga cerca…, pero por aquí no conozco a nadie. La asistenta, una mujer de mediana edad que viene todos los días desde el pueblo cercano, es la única compañía con la que cuento. Es una mujer taciturna. Hace muy bien su trabajo pero esquiva mi conversación y nunca me mira a los ojos. Llega silenciosa por las mañanas en su bicicleta y al atardecer sin que apenas me de cuenta desaparece.
A veces es tan grande la soledad que al ver los barcos desde el acantilado siento deseos de saltar, alcanzarlos a nado y pedirles que me lleven a mi Valencia.
Todo cambia cuando oigo el sonido del auto de Arturo, doy un salto y me apresuro en salir a su encuentro. A veces viene enfadado, cansado de tanto pelear por sus negocios. Cuando esto ocurre es mejor no decir nada, permanecer en silencio hasta que se le pasa, entonces me abraza y vuelvo a ser feliz.
Me gustaría tanto que pudieras estar conmigo cuando llegue el momento del parto… Se lo voy a pedir a Arturo, esperaré un día de esos en los que los negocios le han sido favorables y viene contento. Verás que bien lo pasamos. Tengo tantas ganas de abrazarte y enseñarte todo esto, sé que te va a encantar.
Me despido aquí, hoy llega más temprano que de costumbre, su coche ya se divisa en la lejanía.
Muchos besos.
Gloria
Grosseto, 19 de abril de 1950
Querida Julia,
Ya soy madre. Si en algún momento pensé que nada podía superar el amor que siento por Arturo estaba equivocada, el que siento por mi hijo supera todos los límites.
Si lo vieses, tiene mis ojos verdes pero con los rasgos y la tez morena de Arturo. Se llama Octavio, así ha querido su papá que se llame en memoria del César de Roma. Me hubiese gustado que se llamase como mi padre, le recuerdo tanto y le hecho tanto de menos… Él siempre me dio seguridad, nunca olvidaré lo orgulloso que estaba el día que me gradué, -defenderás la justicia con equidad y serás una abogada ilustre, el mundo reconocerá tu humanidad y sentido de la justicia-, me dijo. Se sentiría defraudado si viese mi licenciatura perdida en un cajón. Ojala pueda ser mi hijo aquello que yo no he logrado ser.
Con frecuencia me pongo melancólica y los recuerdos se agolpan en mi mente. Son tantos los momentos de silencio que a veces ni el rumor del mar consigue romperlos.
Las ausencias de Arturo no me parecen tan largas desde que tengo a mi niño, incluso a veces deseo que se prolonguen más. Una sobrina de Matilde, la asistenta, me ayuda a ocuparme del pequeño. El parto de Octavio fue un poco complicado y mi salud ha quedado algo resentida, tengo que hacer grandes ratos de reposo o la fatiga acaba venciéndome. No quiero que esto sea motivo de preocupación para ti, estate tranquila pues estoy bien atendida.
Al mismo tiempo que te escribo estoy preparando una lista para que Inés me traiga la compra de algunas cosas personales cuando venga mañana. Ya ves, ni siquiera de algo tan simple soy capaz de ocuparme.
Matilde se ocupa de todo lo que concierne a la casa y prepara las comidas. Continúa mirándome de soslayo y son pocas las palabras que cruza conmigo, es como si pensase que estoy loca.
Un día encontré mis objetos personales revueltos. Tú sabes que mi sentido del orden a veces rozaba lo maniático, creo que ella intentó dejarlo todo como estaba, pero algún detalle se le escapó y comprendí que había invadido mi intimidad, mis cosas, los recuerdos que guardo como un tesoro de mi vida anterior. No lo comenté con Arturo, seguro que se habría reído diciendo que son imaginaciones mías y al fin y al cabo tampoco es tan importante.
Se ha despertado mi niño, voy a tomarlo en brazos para escribirte estas últimas líneas y puedas así sentirlo. Me sonríe, es como un ovillito de algodón de azúcar, tierno y dulce. Amamantarlo es uno de los placeres más hermosos que he sentido en mi vida. Me reclama, tiene hambre el pillín y sabe que su mamá tiene lo que él necesita para mitigarlo.
Espero poder escribirte pronto y continuar contándote los avances de Octavio, te explicaré cómo progresa en su aprendizaje.
Muchos besos querida amiga.
Gloria
Grosseto, 5 de abril de 1960
Querida Julia,
Pensarás que te he olvidado. Nunca, querida amiga, ¿cómo podría olvidarte si tú has sido la más fiel compañera que siempre he tenido, la que nunca ha cuestionado mis actos y siempre me ha dado ese soplo de vida que ha hecho levantar mi ánimo? Es quizás por ese motivo, un tanto egoísta por mi parte, que hoy he sentido la necesidad de descargar mis pensamientos en palabras, para compartir contigo no solamente las alegrías… también las tristezas.
No sientas extrañeza, estoy muy triste. Miro hacia atrás y ya no encuentro resquicios de aquella que fui. No valgo nada, soy un desastre como mujer, ni siquiera he sido capaz de cuidar de mi hijo. Hace un año Arturo decidió que lo mejor para su educación sería internarlo en un colegio. ¿Te imaginas?, aquello que más amaba se ha alejado de mi lado. Ya solo puedo tenerle junto a mi durante las vacaciones escolares. Estas navidades pasadas han sido las más amargas de mi vida. Una caída me provocó la rotura de una pierna y de algunas costillas, además de los moratones que me daban un aspecto terrorífico, esto me dejó postrada en un sillón sin apenas poder moverme. Es cierto que Octavio pasó largos ratos a mi lado intentando animarme, pero aún es un niño y las opciones de diversión que su padre le brindaba eran más atractivas.
No te inquietes, ya estoy completamente restablecida de aquellas heridas.
Arturo ya no viaja tanto, viene todas las noches a dormir a casa y continúa amándome, soy yo la que no sé corresponderle como se merece. A veces se irrita conmigo, luego lamenta haberme chillado y se disculpa colmándome de atenciones. Dice que no podría vivir sin mí, que seré su amada esposa durante toda la vida. En esos momentos me olvido de todo y me entrego a él con toda mi alma.
Casi me olvidaba de lo más importante y que ha sido uno de los motivos por lo que te escribo. Mañana cumple diez años, mi niño. Si lo vieses…, es todo un hombre, tan guapo y tan educado como su padre. Arturo dice que ha sacado mi sensiblería, que tiene que ser más duro para convertirse en un gran hombre de negocios como él. Yo no digo nada. Pero me gustaría tanto que eligiese la carrera de letras y que su abuelo estuviera vivo para poder verle defendiendo aquello que deseaba para mí. Imagina… BUFETE DE ABOGADOS DE DON OCTAVIO PADILLA, y dadas a soñar, en la gran planta un pequeño despacho en el que rezase en la puerta…DESPACHO DE LA PASANTE GLORIA MATEU.
Arturo le prometió a nuestro hijo que iríamos al colegio a recogerlo para pasar el día de su cumpleaños juntos los tres. El colegio está en Florencia. El régimen de internado restringe la visita de las familias. En este caso particular la influencia de Arturo consiguió la flexibilidad de los directores para que pudiera pasar el día en nuestra compañía.
Florencia es preciosa, me gustaría poder mostrártela. Arturo me llevó en dos ocasiones al principio de nuestra llegada. En sus calles nos perdíamos contemplando el arte que emana por cualquier esquina. El río Arno discurre por la ciudad. Bajo el Ponte Vecchio me besó Arturo la primera vez que visitamos Florencia. Me encanta la comida italiana, también a Octavio.
Ya me despido, tengo que revisar mi vestuario y ver que me pongo mañana, quiero estar radiante, que mi hijo se sienta muy orgulloso de su madre.
Besos.
Gloria.
Grosseto, 7 de abril de 1960
Querida Julia,
Es tan inmensa la felicidad que me embriaga que no debo guardarla para mí sola, he de compartirla contigo, con mi confidente del alma que tan bien me comprende.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto y el tiempo pasaba tan rápido, acostumbrada a los largos días de soledad.
Octavio salió corriendo del colegio, saltó el último peldaño de la escalera para fundirse en un tierno abrazo conmigo. Una lágrima quiso escapar de mis ojos ante la emoción, pero no la dejé, ello no podía oscurecer el día. Abrazó después a su padre y me inquietó percibir que el saludo era un poco más frio. Imaginaciones mías. El colegio está en las afueras de Florencia, un precioso paraje que me recuerda mucho a nuestra tierra.
Octavio, se aturullaba hablando, no quería dejar ni una sola anécdota sin contar de sus compañeros y deseaba ponernos al día de cada cosa aprendida.
Al finalizar la comida se apagaron las luces del restaurante. Su sorpresa fue inmensa, junto a él el camarero dejó una sabrosa tarta de chocolate con diez velas.
Arturo le entregó su reloj y le dijo -mi padre me lo dio cuando cumplí 15 años, guárdalo con sumo cuidado y un día, que aunque lejano llegará, se lo entregarás a tu hijo-. Arturo le tendió la mano, frenando el impulso de Octavio que se levantó con ademán de besarlo. Octavio le dio las gracias y prometió conservarlo como él había hecho todos estos años.
El día terminó. A la llegada al colegio ya no pude contener más la emoción y las lágrimas se amontonaron en mis ojos. Arturo charlaba con el director y aproveché ese instante para entregarle mi regalo, -guárdalo y lo abres cuando estés en tu habitación- me sonrió con complicidad y lo escondió en su chaqueta.
Feliz cumpleaños, mi amor.
Pensaba con qué podría obsequiarte,
nada material sería suficiente.
Algo cercano, tuyo y mío nada más.
Miré las calmadas aguas del Mediterráneo,
advertí que tus ojos son un pedazo de él,
y justo en ese momento…como si la magia
hubiese querido ponerla a mis pies
apareció una hermosa caracola.
Éste es mi regalo querido hijo.
Siempre que te sientas solo o triste,
escucha el sonido del mar con atención,
allí, en el fondo de ese murmullo de olas,
estará siempre… tu madre.
Mi querida amiga, hoy he comprendido que todo sacrificio merece la pena si ves reflejada la felicidad y el amor en los ojos de un hijo.
Besos.
Gloria
Grosseto, 29 de noviembre de 1965
Querida Julia,
Otra vez vuelvo a estar triste, esta soledad me está matando. A pesar de que Arturo ordenó colocar un teléfono y la comunicación con mi hijo es frecuente, cada vez estoy más abatida. Arturo regresa tarde y casi siempre malhumorado, nunca le contradigo y hago todo lo que está en mi mano para que no se altere, pero es inútil, cualquier pequeño detalle es suficiente para que se enoje conmigo, a veces es excesivamente violento. Una noche, mientras le servía la cena, volqué un vaso de vino sobre sus pantalones, se levantó furioso y me propinó una tremenda bofetada. Otras veces es una camisa mal planchada o cualquier cosa que no está en el lugar que le corresponde. Sé que son impulsos de su carácter, que más tarde lo lamenta y me pide disculpas, y que son sinceras. Le perdono y no le guardo rencor, pero tiemblo cuando oigo llegar su coche. Cada día me pregunto, ¿cómo será hoy?
Esta mañana he dado un paseo por la playa, a pesar del frió era agradable sentir la humedad de la arena bajo mis pies. Sin darme cuenta me alejé más de lo habitual. Arturo me marcó un límite cuando llegamos aquí, me dijo que era peligroso alejarse pues aún quedaban resquicios de la guerra, cualquier bomba sin estallar podría estar enterrada en la arena y dañarme. La zona donde nosotros vivimos había sido rastreada minuciosamente, pero no más que hasta los límites de nuestra propiedad. Cuando me percaté de la lejanía y me disponía a dar la vuelta apresuradamente un hombre me saludó, -Buon giorno signora-. Notó mi temor y se apresuró a tranquilizarme señalándome una casita a orilla de la playa -es mi casa-, me dijo, -vivo en ella con mi esposa y dos diablillos que son mis hijos, no tenga miedo-. Notó que temblaba y me pidió que le acompañase a tomar un café, que su esposa estaría encantada de recibirme. Aún no sé que me movió a seguirlo.
Su esposa es una mujer encantadora. Me hablaban italiano, pero he aprendido a comprenderlo perfectamente. Incluso hablo lo más elemental, las escasas conversaciones con Matilde me han servido de algo. Los pequeños estaban en la escuela, me han dicho que tengo que conocerlos, que son la ilusión de sus vidas.
Les he contado dónde vivo, cómo me llamo, quién es mi esposo. También que tengo un hijo que estudia en Palermo. Se han sonreído, al parecer ellos si sabían de mi existencia pues en el pueblo se comentaban cosas sobre los señores que viven en la torre. He guardado silencio mientras me reconfortaba con el café y las pastas que me han ofrecido. Cuando me disponía a marchar les he preguntado, -¿no temen vivir en una zona sembrada de restos de la guerra, no les da miedo que alguna bomba dañe a sus hijos?-. Se han mirado con asombro y yo me he sentido inmensamente pequeña al comprender que Arturo me había tenido engañada durante años.
Al regresar, en lo alto del acantilado, he divisado la silueta de Matilde. Espero que no le cuente a Arturo que venía del límite que tenía recomendado no pasar.
Está anocheciendo y pronto estará en casa. Le gusta que le reciba perfectamente arreglada.
Muchos besos.
Gloria
Grosseto, 14 de mayo de 1966
Querida Julia,
Hace escasos minutos he hablado con mi hijo. Está muy ilusionado con las vacaciones, además ya no volverá al colegio, me ha dicho que su padre ha aceptado que sea España donde continúe sus estudios para dentro de unos años poder formar parte de las empresas familiares. Finalmente no veré mi sueño cumplido, seguirá los pasos de su padre. Concesión por concesión. Su padre acepta que sea España el lugar de estudio, aunque él prefería Inglaterra.
Desde la última carta he visitado con frecuencia a la familia Gonaldi, me siento a gusto compartiendo con Ariana. Es una mujer sencilla y trabajadora, además de chillona y alegre como buena italiana. Está enseñándome a tejer, es sumamente discreta y jamás me pregunta nada que yo no quiera decirle. Le hablo poco de Arturo y mucho de Octavio. Me gusta mirar a sus hijos correteando por la playa, siento envidia, que poco he disfrutado de mi hijo.
Si vieses Julia, son una familia feliz. Giussepe sale todos los días a la mar, viven de la pesca y de lo que ella aporta arreglando las redes de otros pescadores, a menudo no es nada, se ayudan entre ellos. Me gusta sentarme en la arena y observarles, discuten por esto o aquello sin que la voz de él sea la única ni la más alta y siempre terminan sus peleas en juego, revolcones en la arena, risas, y algún palmoteo en el trasero de Ariana que seguramente iría a más si no fuese por mi presencia. Los gemelos… ¿te había contado que son gemelos?, tienen 6 años, son como dos gotas de agua y nunca se separan. Cuando me ven llegar corren alegremente hacia mí, me han tomado mucho cariño, les gusta que les cuente historias de cuando yo era niña y vivía en un país lejano que está en la otra orilla de las inmensas aguas. Les conté como tú y yo pensábamos que el mar terminaba en el horizonte. Ríen ante mi ignorancia, ellos son listos, saben que el mar continúa mucho más allá. Ven como el barco de su papá desaparece en la línea para regresar más tarde, -después de la línea está la alta mar y hay bancos de peces-, me aclaran con ese encantador idioma latino.
¿Sabes Julia?, tengo muchas dudas, dudas que nunca me había planteado desde que llegué a este lugar. No sé quién es mi marido, apenas lo conozco, pienso en aquellos días en que me sentí princesa en un castillo de hadas y la imagen se me trasforma en otra princesa que está presa en una torre, eso si, disponiendo de grandes lujos, lujos que quizás me cegaron hasta el punto de hacerme perder la libertad.
La vigilancia de Matilde se ha estrechado, controla mis salidas y llegadas, me preocupa que Arturo se entere de estas salidas.
Muchos besos mi paciente amiga, te escribiré pronto.
Gloria
Grosseto, 22 de septiembre de 1966
Querida Julia,
Octavio está en España desde hace 10 días, estudiará Economía y Dirección de Empresas en un colegio de jesuitas de Barcelona. No sabes lo que me hubiese gustado partir con él. En su equipaje lleva mi corazón, ahora si que estoy completamente aislada en mi torre de oro. Mi querido hijo le hizo prometer a su padre que lo visitaríamos, él asintió, pero yo sé que no, que ya jamás pisaré nuestro país, que no veré nunca más Valencia. Son ya demasiadas mentiras y verdades a medias, he aprendido en todos estos años a callar y asentir a todo sin replicar, he tardado en darme cuenta de que me quiere como a una más de sus posesiones.
Grosseto, 14 de diciembre de 1966
Querida Julia,
Arturo ya sabe de mis visitas a los Gonaldi y me lo ha prohibido terminante, amenazando con derruir la escalinata que conduce a la playa si no le obedezco. Ahora sé que no ha sido Martina quien se lo ha dicho, él llegó un día más pronto de lo habitual y al no encontrarme en la casa la obligó a confesar mis huidas. Desde ese día ha estado vigilándome.
Hace unos días la gota colmó el vaso. Me recriminó el poco respeto que le tenía y al intentar contestarle que a nadie más que a él respeto en este mundo puso su mano sobre mi boca para impedir justificarme.
Estoy muy confundida, tengo miedo cuando se pone violento.
Grosseto, 2 de marzo de 1967
Querida Julia,
Octavio está encantado en España, me llama cuando tiene algún momento, dice que le gustaría quedarse siempre en Barcelona, que esa mitad de español que tiene le tienta. Está feliz y eso hace que me sienta mejor. Es un buen chico, alegre como lo era yo hace tiempo, mucho tiempo.
Hace semanas que no visito a la familia Gonaldi. Hoy he bajado a la playa, el sol calentaba presagiando la llegada de la primavera. Sentada en la hamaca leía a Giusseppe Ungaretti. Últimamente mi relación con Matilde ha mejorado, a menudo le pido que me traiga algún libro de la biblioteca del pueblo.
Solo tengo en el alma roturas escondidas,
ecuadores boscosos, sobre pantanos.
Invernales grumos de bruma donde
delira en sueños el deseo
de nunca haber nacido.
… estaba tan absorta que no sentí sus pasos -Buon giorno signora Gloria-. Di un brinco en mi asiento, no esperaba su visita, no deseaba que me viese y me asustaba que Arturo regresara por cualquier casualidad y la encontrara charlando conmigo, en nuestra playa.
Estaba preocupada por mí, pues hacía tiempo que ya no me acercaba a su casa. Me dijo que en el pueblo corrían rumores. Traté de tranquilizarla. Le expliqué que había estado ocupada con el viaje de mi hijo y algunos asuntos de Arturo. Esquivé su mirada y en el intento de que la mirase a los ojos me produjo dolor en los brazos, -¡merda, avete fatto questo male nato!-. Traté de convencerla de que solo había sido una tonta caída. Fue inútil, quitó las gafas de sol de mi rostro y descubrió más huellas.
Me sentí aliviada querida Julia, ya no tenía necesidad de seguir fingiendo. Mi vida era un desastre y necesitaba un abrazo amigo que me diese cobijo. Lloré, abrazada sobre su pecho derramé las últimas lágrimas que mis ojos almacenaban.
He ido con ella a su casa, he desahogado toda la amargura que me acongojaba, he sentido calor humano y me ha fortalecido.
Grosseto, 10 de marzo de 1967
Querida Julia,
En estos días los acontecimientos se han apresurado. Es como si el tiempo volase con la misma rapidez como las aves migratorias surcan el cielo buscando la calidez del Mediterráneo.
Mi cuerpo ya no puede aguantar más golpes, otro más y quizás sea el definitivo que acabe con mi vida. No quiero morir, necesito respirar en libertad. Es posible que tenga que renunciar a mi hijo, acercarme a él supondría ser descubierta por Arturo. Las joyas con las que ha ido comprando mi sumisión durante estos años servirán para forjarme una nueva vida. Giusseppe trata de convencerme para que denuncie a la policía los constantes maltratos, las huellas son patentes en muchas partes de mi cuerpo. No puedo, tengo miedo, solo quiero salir huyendo y que nunca pueda encontrarme. Quizás cuando consiga llegar a nuestro país me sienta más fuerte, pero no quiero denunciarlo, es el padre de mi hijo y en el fondo de mi corazón aún siento un extraño amor por él.
Querida amiga, tú has sido el refugio de mis alegrías y tristezas durante estos años. Esta es mi última carta. Deséame suerte…. yo te dejo mi más sincero abrazo por haber sido el único desahogo que he encontrado en todo este tiempo.
Gloria
Epílogo:
El día 12 de marzo de 1967 Arturo Padilla denunciaba en la comisaría la desaparición de su esposa.
Todos los esfuerzos de los detectives contratados por Arturo para encontrar a Gloria fueron inútiles.
Arturo continuó buscando a Gloria hasta el final de sus días. Nunca entendió por qué le abandonó.
Una mañana de Mayo, Julia Rives recibía un paquete que contenía estas cartas acompañadas de una nota:
Octavio Padilla
Juez Titular Juzgado nº 4 de Violencia Sobre la Mujer.
Valencia
Querida, Julia.
Permíteme que me dirija a ti con el mismo cariño que mi madre lo hacía.
El hallazgo de las cartas a Julia entre las pertenencias de mi madre, contestó a todos los interrogantes que me había hecho al regresar a Grosseto por requerimiento de mi padre.
Al poco tiempo volví a España y cambié el rumbo de mi vida.
Hoy, años más tarde, al sentir la tristeza de su ausencia y añorar sus abrazos las deposito en tus manos para que de alguna forma las hagas públicas.
Aquella caracola que me regaló en mi décimo cumpleaños reposa sobre la mesa de mi despacho. Ella y el susurro del mar permanecen a mi lado.
Un abrazo.
Octavio.
En nuestro país, desgraciadamente, en la actualidad, muchas Glorias han sido halladas a lo largo de los años inertes, perdidas y sin destino, como estas cartas, resultado de la tiranía y el machismo de algunos hombres.
Grosseto, 25 de Septiembre de 1948
Querida Julia,
Ya ves que no falto a mi promesa y, tras llegar al destino y acomodarme en la que a partir de hoy será mi casa y mi nueva vida, aprovecho la salida de Arturo a resolver unos asuntos de trabajo para escribirte contándote cómo es todo esto.
Ha sido increíble, Julia. Después de vuestra sentida despedida en el aeropuerto, al llegar a las escalerillas del avión y ante el asombro de todos los pasajeros y azafatas que esperaban en lo alto, me ha tomado en brazos ascendiendo hasta depositarme en mi asiento.
A pesar de las dudas que siempre te ha suscitado, he de decirte que estás muy equivocada con él. Sabe que para mi no ha sido fácil separarme de ti, eres mi más entrañable amiga y la única familia que tengo, sin ti mi vida no habría sido nada. Es por eso, porque sabe lo sola que estoy en este mundo que me colma de atenciones, además, tú sabes que es un ser muy positivo y que a su lado la tristeza desaparece.
La casa es preciosa. Nunca imaginé que el mediterráneo fuese tan inmenso. ¿Recuerdas cuando de niñas nos llevaban nuestros padres a la playa y pensábamos que el mar terminaba allí donde la línea del agua se juntaba con el cielo?, ahora veo esa línea desde otro punto y pienso que no estamos tan lejos, que quizás alguna vez nuestras miradas se pueden cruzar si ambas miramos con atención…. uy, estoy empezando a divagar, continúo contándote como es la casa… Está situada frente al mar, en la provincia de Grosseto, en el corazón de la Maremma. Según me ha explicado Arturo es una antigua construcción que él mandó restaurar dotándola de las mejores comodidades pero sin dejar perder el estilo de origen, al parecer es una construcción de la Edad Media, ¿te imaginas?, yo en un castillo de la Edad Media cual princesa de cuento de hadas, con su bello príncipe y sin faltar el amor… Continúo. Tiene dos plantas más el ático. Desde la sala en la que te escribo se ve el mar, nuestro mar, mi mar, ese mar que tantos momentos de felicidad me ha proporcionado y a la vez tanto dolor, dolor que no hace mermar el placer que sus aguas me proporcionan… Una escalera conduce hasta la playa, un jardín rodea la casa, la vegetación es abundante y está muy bien cuidada.
Aún no se qué papel voy a desempeñar en este lugar. Quiero trabajar, me gustaría situarme por mi misma sin la ayuda de Arturo, buscar un bufete, ejercer de lo que me gusta, planificar mi tiempo y sentir que conservo un espacio propio. Aunque de momento estoy a gusto disfrutando de lo maravilloso de este amor, querida amiga, qué afortunada he sido al conocer a Arturo.
Escríbeme tan pronto como te sea posible y mantenme informada de todo lo que haces, no quiero perder el contacto con lo que quiero.
Un abrazo muy fuerte, muy fuerte.
Gloria
Grosseto, 10 de enero de 1949
Querida Julia,
Es la primera vez que no has estado a mi lado en estas entrañables fiestas, desde la muerte de mis padres nunca nos habíamos separado. Sin ti no se cómo habría superado aquel trance, tus padres y tú os convertisteis en mi apoyo, en mi familia, es por eso que hoy me siento incompleta, me falta tu abrazo y tu compañía.
Después de días y días planeando el viaje le surgió un contratiempo en el trabajo y tuvimos que posponerlo, no creas que a él no le dolió, vi lágrimas en sus ojos cuando me comunicaba que no podíamos viajar a España para pasar las Navidades contigo. Tenía que salir en vuelo urgente a Nueva York y yo tendría que quedarme en casa esperando su vuelta, se trataba de un viaje corto, resolver unos asuntos y volver. Me prometió que estaríamos contigo para el año nuevo.
El día de Reyes bajé a la playa. Hacía mucho frió y un gran olaje agitaba las aguas de nuestro mar, en la arena de la playa siempre te siento cercana, no se que sería de mi sin tu recuerdo. Te había comprado un precioso colgante con una amatista granate en un viaje que hicimos a Roma a finales de Noviembre. A mi me gustaba más la piedra en verde por ser tu color preferido, pero Arturo dijo que el granate tiene más clase y es más elegante, no quise contradecirle, él es más de mundo y entiende más que yo.
Ve a la playa Julia, siéntate un rato en la orilla y vigila con atención las aguas, tiene que estar llegando mi regalo. El mar te lo acercará, ya que a mi me es imposible enlazarlo en tu cuello. Lo deposité con sumo cuidado sobre las olas y le pedí a un delfín que te lo llevase con esta dedicatoria…
“Para Julia, de su amiga Gloria, aquella que tanto le debe y solamente puede agradecérselo con este pequeño regalo que el mar le entrega”
Hace dos días que ha regresado.
Me ha traído un precioso abrigo de piel de Visón que ha comprado en una de las mejores tiendas de Nueva York. Tendrías que verme Julia. Va a llevarme a la ópera en Venecia para que lo luzca -“no volveré a dejarte sola, amor mío..., me he sentido tan desafortunado sin ti”- me ha dicho mientras me besaba sin dejar de pedirme disculpas, me ama. Puedes sentirte tranquila querida mía, todas las tristezas se disipan cuando me siento entre sus brazos.
Me ha prometido que viajaremos esta primavera a España, que si algo se complicara podría ir sola. Me he sentido tan feliz al escucharlo… Le amo, le quiero tanto que cualquier contrariedad se me olvida cuando me besa.
Muchos besos para ti y tus padres. Diles que no les olvido, que os quiero mucho.
Gloria
Grosseto, 14 de Julio de 1949
Querida Julia,
Sé que tienes que sentirte decepcionada conmigo ya que no cumplo mis promesas. Esta vez la justificación es sobradamente razonable… estoy esperando un hijo. El médico dice que tengo riesgo y es mejor que guarde reposo. No sabes lo triste que estoy de no poder verte. Te echo tanto de menos Julia. Ni siquiera puedo bajar a la playa, las escaleras me producen vértigo, temo caerme y perder al bebé. Menos mal que desde la casa veo el mar y eso me reconforta.
¿Sabes?, le he pedido a Arturo que si es niña me deje ponerle tu nombre, no me ha contestado, solo ha sonreído. Sería perfecto teneros juntas… mi hija y mi amiga.
Hace calor, el verano ha entrado con fuerza y el sol es sofocante. Te escribo desde el jardín, desde aquí se oye el golpear de las olas contra las rocas.
Me siento muy sola, Arturo siempre está viajando u ocupado con sus negocios. Dice que ya no puede llevarme con él a ninguna de sus fiestas sociales ni de viaje y que mi figura se va haciendo fea. Naturalmente todo esto lo dice bromeando, continúa siendo el mismo de siempre, me ama.
Si tuviese una amiga cerca…, pero por aquí no conozco a nadie. La asistenta, una mujer de mediana edad que viene todos los días desde el pueblo cercano, es la única compañía con la que cuento. Es una mujer taciturna. Hace muy bien su trabajo pero esquiva mi conversación y nunca me mira a los ojos. Llega silenciosa por las mañanas en su bicicleta y al atardecer sin que apenas me de cuenta desaparece.
A veces es tan grande la soledad que al ver los barcos desde el acantilado siento deseos de saltar, alcanzarlos a nado y pedirles que me lleven a mi Valencia.
Todo cambia cuando oigo el sonido del auto de Arturo, doy un salto y me apresuro en salir a su encuentro. A veces viene enfadado, cansado de tanto pelear por sus negocios. Cuando esto ocurre es mejor no decir nada, permanecer en silencio hasta que se le pasa, entonces me abraza y vuelvo a ser feliz.
Me gustaría tanto que pudieras estar conmigo cuando llegue el momento del parto… Se lo voy a pedir a Arturo, esperaré un día de esos en los que los negocios le han sido favorables y viene contento. Verás que bien lo pasamos. Tengo tantas ganas de abrazarte y enseñarte todo esto, sé que te va a encantar.
Me despido aquí, hoy llega más temprano que de costumbre, su coche ya se divisa en la lejanía.
Muchos besos.
Gloria
Grosseto, 19 de abril de 1950
Querida Julia,
Ya soy madre. Si en algún momento pensé que nada podía superar el amor que siento por Arturo estaba equivocada, el que siento por mi hijo supera todos los límites.
Si lo vieses, tiene mis ojos verdes pero con los rasgos y la tez morena de Arturo. Se llama Octavio, así ha querido su papá que se llame en memoria del César de Roma. Me hubiese gustado que se llamase como mi padre, le recuerdo tanto y le hecho tanto de menos… Él siempre me dio seguridad, nunca olvidaré lo orgulloso que estaba el día que me gradué, -defenderás la justicia con equidad y serás una abogada ilustre, el mundo reconocerá tu humanidad y sentido de la justicia-, me dijo. Se sentiría defraudado si viese mi licenciatura perdida en un cajón. Ojala pueda ser mi hijo aquello que yo no he logrado ser.
Con frecuencia me pongo melancólica y los recuerdos se agolpan en mi mente. Son tantos los momentos de silencio que a veces ni el rumor del mar consigue romperlos.
Las ausencias de Arturo no me parecen tan largas desde que tengo a mi niño, incluso a veces deseo que se prolonguen más. Una sobrina de Matilde, la asistenta, me ayuda a ocuparme del pequeño. El parto de Octavio fue un poco complicado y mi salud ha quedado algo resentida, tengo que hacer grandes ratos de reposo o la fatiga acaba venciéndome. No quiero que esto sea motivo de preocupación para ti, estate tranquila pues estoy bien atendida.
Al mismo tiempo que te escribo estoy preparando una lista para que Inés me traiga la compra de algunas cosas personales cuando venga mañana. Ya ves, ni siquiera de algo tan simple soy capaz de ocuparme.
Matilde se ocupa de todo lo que concierne a la casa y prepara las comidas. Continúa mirándome de soslayo y son pocas las palabras que cruza conmigo, es como si pensase que estoy loca.
Un día encontré mis objetos personales revueltos. Tú sabes que mi sentido del orden a veces rozaba lo maniático, creo que ella intentó dejarlo todo como estaba, pero algún detalle se le escapó y comprendí que había invadido mi intimidad, mis cosas, los recuerdos que guardo como un tesoro de mi vida anterior. No lo comenté con Arturo, seguro que se habría reído diciendo que son imaginaciones mías y al fin y al cabo tampoco es tan importante.
Se ha despertado mi niño, voy a tomarlo en brazos para escribirte estas últimas líneas y puedas así sentirlo. Me sonríe, es como un ovillito de algodón de azúcar, tierno y dulce. Amamantarlo es uno de los placeres más hermosos que he sentido en mi vida. Me reclama, tiene hambre el pillín y sabe que su mamá tiene lo que él necesita para mitigarlo.
Espero poder escribirte pronto y continuar contándote los avances de Octavio, te explicaré cómo progresa en su aprendizaje.
Muchos besos querida amiga.
Gloria
Grosseto, 5 de abril de 1960
Querida Julia,
Pensarás que te he olvidado. Nunca, querida amiga, ¿cómo podría olvidarte si tú has sido la más fiel compañera que siempre he tenido, la que nunca ha cuestionado mis actos y siempre me ha dado ese soplo de vida que ha hecho levantar mi ánimo? Es quizás por ese motivo, un tanto egoísta por mi parte, que hoy he sentido la necesidad de descargar mis pensamientos en palabras, para compartir contigo no solamente las alegrías… también las tristezas.
No sientas extrañeza, estoy muy triste. Miro hacia atrás y ya no encuentro resquicios de aquella que fui. No valgo nada, soy un desastre como mujer, ni siquiera he sido capaz de cuidar de mi hijo. Hace un año Arturo decidió que lo mejor para su educación sería internarlo en un colegio. ¿Te imaginas?, aquello que más amaba se ha alejado de mi lado. Ya solo puedo tenerle junto a mi durante las vacaciones escolares. Estas navidades pasadas han sido las más amargas de mi vida. Una caída me provocó la rotura de una pierna y de algunas costillas, además de los moratones que me daban un aspecto terrorífico, esto me dejó postrada en un sillón sin apenas poder moverme. Es cierto que Octavio pasó largos ratos a mi lado intentando animarme, pero aún es un niño y las opciones de diversión que su padre le brindaba eran más atractivas.
No te inquietes, ya estoy completamente restablecida de aquellas heridas.
Arturo ya no viaja tanto, viene todas las noches a dormir a casa y continúa amándome, soy yo la que no sé corresponderle como se merece. A veces se irrita conmigo, luego lamenta haberme chillado y se disculpa colmándome de atenciones. Dice que no podría vivir sin mí, que seré su amada esposa durante toda la vida. En esos momentos me olvido de todo y me entrego a él con toda mi alma.
Casi me olvidaba de lo más importante y que ha sido uno de los motivos por lo que te escribo. Mañana cumple diez años, mi niño. Si lo vieses…, es todo un hombre, tan guapo y tan educado como su padre. Arturo dice que ha sacado mi sensiblería, que tiene que ser más duro para convertirse en un gran hombre de negocios como él. Yo no digo nada. Pero me gustaría tanto que eligiese la carrera de letras y que su abuelo estuviera vivo para poder verle defendiendo aquello que deseaba para mí. Imagina… BUFETE DE ABOGADOS DE DON OCTAVIO PADILLA, y dadas a soñar, en la gran planta un pequeño despacho en el que rezase en la puerta…DESPACHO DE LA PASANTE GLORIA MATEU.
Arturo le prometió a nuestro hijo que iríamos al colegio a recogerlo para pasar el día de su cumpleaños juntos los tres. El colegio está en Florencia. El régimen de internado restringe la visita de las familias. En este caso particular la influencia de Arturo consiguió la flexibilidad de los directores para que pudiera pasar el día en nuestra compañía.
Florencia es preciosa, me gustaría poder mostrártela. Arturo me llevó en dos ocasiones al principio de nuestra llegada. En sus calles nos perdíamos contemplando el arte que emana por cualquier esquina. El río Arno discurre por la ciudad. Bajo el Ponte Vecchio me besó Arturo la primera vez que visitamos Florencia. Me encanta la comida italiana, también a Octavio.
Ya me despido, tengo que revisar mi vestuario y ver que me pongo mañana, quiero estar radiante, que mi hijo se sienta muy orgulloso de su madre.
Besos.
Gloria.
Grosseto, 7 de abril de 1960
Querida Julia,
Es tan inmensa la felicidad que me embriaga que no debo guardarla para mí sola, he de compartirla contigo, con mi confidente del alma que tan bien me comprende.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto y el tiempo pasaba tan rápido, acostumbrada a los largos días de soledad.
Octavio salió corriendo del colegio, saltó el último peldaño de la escalera para fundirse en un tierno abrazo conmigo. Una lágrima quiso escapar de mis ojos ante la emoción, pero no la dejé, ello no podía oscurecer el día. Abrazó después a su padre y me inquietó percibir que el saludo era un poco más frio. Imaginaciones mías. El colegio está en las afueras de Florencia, un precioso paraje que me recuerda mucho a nuestra tierra.
Octavio, se aturullaba hablando, no quería dejar ni una sola anécdota sin contar de sus compañeros y deseaba ponernos al día de cada cosa aprendida.
Al finalizar la comida se apagaron las luces del restaurante. Su sorpresa fue inmensa, junto a él el camarero dejó una sabrosa tarta de chocolate con diez velas.
Arturo le entregó su reloj y le dijo -mi padre me lo dio cuando cumplí 15 años, guárdalo con sumo cuidado y un día, que aunque lejano llegará, se lo entregarás a tu hijo-. Arturo le tendió la mano, frenando el impulso de Octavio que se levantó con ademán de besarlo. Octavio le dio las gracias y prometió conservarlo como él había hecho todos estos años.
El día terminó. A la llegada al colegio ya no pude contener más la emoción y las lágrimas se amontonaron en mis ojos. Arturo charlaba con el director y aproveché ese instante para entregarle mi regalo, -guárdalo y lo abres cuando estés en tu habitación- me sonrió con complicidad y lo escondió en su chaqueta.
Feliz cumpleaños, mi amor.
Pensaba con qué podría obsequiarte,
nada material sería suficiente.
Algo cercano, tuyo y mío nada más.
Miré las calmadas aguas del Mediterráneo,
advertí que tus ojos son un pedazo de él,
y justo en ese momento…como si la magia
hubiese querido ponerla a mis pies
apareció una hermosa caracola.
Éste es mi regalo querido hijo.
Siempre que te sientas solo o triste,
escucha el sonido del mar con atención,
allí, en el fondo de ese murmullo de olas,
estará siempre… tu madre.
Mi querida amiga, hoy he comprendido que todo sacrificio merece la pena si ves reflejada la felicidad y el amor en los ojos de un hijo.
Besos.
Gloria
Grosseto, 29 de noviembre de 1965
Querida Julia,
Otra vez vuelvo a estar triste, esta soledad me está matando. A pesar de que Arturo ordenó colocar un teléfono y la comunicación con mi hijo es frecuente, cada vez estoy más abatida. Arturo regresa tarde y casi siempre malhumorado, nunca le contradigo y hago todo lo que está en mi mano para que no se altere, pero es inútil, cualquier pequeño detalle es suficiente para que se enoje conmigo, a veces es excesivamente violento. Una noche, mientras le servía la cena, volqué un vaso de vino sobre sus pantalones, se levantó furioso y me propinó una tremenda bofetada. Otras veces es una camisa mal planchada o cualquier cosa que no está en el lugar que le corresponde. Sé que son impulsos de su carácter, que más tarde lo lamenta y me pide disculpas, y que son sinceras. Le perdono y no le guardo rencor, pero tiemblo cuando oigo llegar su coche. Cada día me pregunto, ¿cómo será hoy?
Esta mañana he dado un paseo por la playa, a pesar del frió era agradable sentir la humedad de la arena bajo mis pies. Sin darme cuenta me alejé más de lo habitual. Arturo me marcó un límite cuando llegamos aquí, me dijo que era peligroso alejarse pues aún quedaban resquicios de la guerra, cualquier bomba sin estallar podría estar enterrada en la arena y dañarme. La zona donde nosotros vivimos había sido rastreada minuciosamente, pero no más que hasta los límites de nuestra propiedad. Cuando me percaté de la lejanía y me disponía a dar la vuelta apresuradamente un hombre me saludó, -Buon giorno signora-. Notó mi temor y se apresuró a tranquilizarme señalándome una casita a orilla de la playa -es mi casa-, me dijo, -vivo en ella con mi esposa y dos diablillos que son mis hijos, no tenga miedo-. Notó que temblaba y me pidió que le acompañase a tomar un café, que su esposa estaría encantada de recibirme. Aún no sé que me movió a seguirlo.
Su esposa es una mujer encantadora. Me hablaban italiano, pero he aprendido a comprenderlo perfectamente. Incluso hablo lo más elemental, las escasas conversaciones con Matilde me han servido de algo. Los pequeños estaban en la escuela, me han dicho que tengo que conocerlos, que son la ilusión de sus vidas.
Les he contado dónde vivo, cómo me llamo, quién es mi esposo. También que tengo un hijo que estudia en Palermo. Se han sonreído, al parecer ellos si sabían de mi existencia pues en el pueblo se comentaban cosas sobre los señores que viven en la torre. He guardado silencio mientras me reconfortaba con el café y las pastas que me han ofrecido. Cuando me disponía a marchar les he preguntado, -¿no temen vivir en una zona sembrada de restos de la guerra, no les da miedo que alguna bomba dañe a sus hijos?-. Se han mirado con asombro y yo me he sentido inmensamente pequeña al comprender que Arturo me había tenido engañada durante años.
Al regresar, en lo alto del acantilado, he divisado la silueta de Matilde. Espero que no le cuente a Arturo que venía del límite que tenía recomendado no pasar.
Está anocheciendo y pronto estará en casa. Le gusta que le reciba perfectamente arreglada.
Muchos besos.
Gloria
Grosseto, 14 de mayo de 1966
Querida Julia,
Hace escasos minutos he hablado con mi hijo. Está muy ilusionado con las vacaciones, además ya no volverá al colegio, me ha dicho que su padre ha aceptado que sea España donde continúe sus estudios para dentro de unos años poder formar parte de las empresas familiares. Finalmente no veré mi sueño cumplido, seguirá los pasos de su padre. Concesión por concesión. Su padre acepta que sea España el lugar de estudio, aunque él prefería Inglaterra.
Desde la última carta he visitado con frecuencia a la familia Gonaldi, me siento a gusto compartiendo con Ariana. Es una mujer sencilla y trabajadora, además de chillona y alegre como buena italiana. Está enseñándome a tejer, es sumamente discreta y jamás me pregunta nada que yo no quiera decirle. Le hablo poco de Arturo y mucho de Octavio. Me gusta mirar a sus hijos correteando por la playa, siento envidia, que poco he disfrutado de mi hijo.
Si vieses Julia, son una familia feliz. Giussepe sale todos los días a la mar, viven de la pesca y de lo que ella aporta arreglando las redes de otros pescadores, a menudo no es nada, se ayudan entre ellos. Me gusta sentarme en la arena y observarles, discuten por esto o aquello sin que la voz de él sea la única ni la más alta y siempre terminan sus peleas en juego, revolcones en la arena, risas, y algún palmoteo en el trasero de Ariana que seguramente iría a más si no fuese por mi presencia. Los gemelos… ¿te había contado que son gemelos?, tienen 6 años, son como dos gotas de agua y nunca se separan. Cuando me ven llegar corren alegremente hacia mí, me han tomado mucho cariño, les gusta que les cuente historias de cuando yo era niña y vivía en un país lejano que está en la otra orilla de las inmensas aguas. Les conté como tú y yo pensábamos que el mar terminaba en el horizonte. Ríen ante mi ignorancia, ellos son listos, saben que el mar continúa mucho más allá. Ven como el barco de su papá desaparece en la línea para regresar más tarde, -después de la línea está la alta mar y hay bancos de peces-, me aclaran con ese encantador idioma latino.
¿Sabes Julia?, tengo muchas dudas, dudas que nunca me había planteado desde que llegué a este lugar. No sé quién es mi marido, apenas lo conozco, pienso en aquellos días en que me sentí princesa en un castillo de hadas y la imagen se me trasforma en otra princesa que está presa en una torre, eso si, disponiendo de grandes lujos, lujos que quizás me cegaron hasta el punto de hacerme perder la libertad.
La vigilancia de Matilde se ha estrechado, controla mis salidas y llegadas, me preocupa que Arturo se entere de estas salidas.
Muchos besos mi paciente amiga, te escribiré pronto.
Gloria
Grosseto, 22 de septiembre de 1966
Querida Julia,
Octavio está en España desde hace 10 días, estudiará Economía y Dirección de Empresas en un colegio de jesuitas de Barcelona. No sabes lo que me hubiese gustado partir con él. En su equipaje lleva mi corazón, ahora si que estoy completamente aislada en mi torre de oro. Mi querido hijo le hizo prometer a su padre que lo visitaríamos, él asintió, pero yo sé que no, que ya jamás pisaré nuestro país, que no veré nunca más Valencia. Son ya demasiadas mentiras y verdades a medias, he aprendido en todos estos años a callar y asentir a todo sin replicar, he tardado en darme cuenta de que me quiere como a una más de sus posesiones.
Grosseto, 14 de diciembre de 1966
Querida Julia,
Arturo ya sabe de mis visitas a los Gonaldi y me lo ha prohibido terminante, amenazando con derruir la escalinata que conduce a la playa si no le obedezco. Ahora sé que no ha sido Martina quien se lo ha dicho, él llegó un día más pronto de lo habitual y al no encontrarme en la casa la obligó a confesar mis huidas. Desde ese día ha estado vigilándome.
Hace unos días la gota colmó el vaso. Me recriminó el poco respeto que le tenía y al intentar contestarle que a nadie más que a él respeto en este mundo puso su mano sobre mi boca para impedir justificarme.
Estoy muy confundida, tengo miedo cuando se pone violento.
Grosseto, 2 de marzo de 1967
Querida Julia,
Octavio está encantado en España, me llama cuando tiene algún momento, dice que le gustaría quedarse siempre en Barcelona, que esa mitad de español que tiene le tienta. Está feliz y eso hace que me sienta mejor. Es un buen chico, alegre como lo era yo hace tiempo, mucho tiempo.
Hace semanas que no visito a la familia Gonaldi. Hoy he bajado a la playa, el sol calentaba presagiando la llegada de la primavera. Sentada en la hamaca leía a Giusseppe Ungaretti. Últimamente mi relación con Matilde ha mejorado, a menudo le pido que me traiga algún libro de la biblioteca del pueblo.
Solo tengo en el alma roturas escondidas,
ecuadores boscosos, sobre pantanos.
Invernales grumos de bruma donde
delira en sueños el deseo
de nunca haber nacido.
… estaba tan absorta que no sentí sus pasos -Buon giorno signora Gloria-. Di un brinco en mi asiento, no esperaba su visita, no deseaba que me viese y me asustaba que Arturo regresara por cualquier casualidad y la encontrara charlando conmigo, en nuestra playa.
Estaba preocupada por mí, pues hacía tiempo que ya no me acercaba a su casa. Me dijo que en el pueblo corrían rumores. Traté de tranquilizarla. Le expliqué que había estado ocupada con el viaje de mi hijo y algunos asuntos de Arturo. Esquivé su mirada y en el intento de que la mirase a los ojos me produjo dolor en los brazos, -¡merda, avete fatto questo male nato!-. Traté de convencerla de que solo había sido una tonta caída. Fue inútil, quitó las gafas de sol de mi rostro y descubrió más huellas.
Me sentí aliviada querida Julia, ya no tenía necesidad de seguir fingiendo. Mi vida era un desastre y necesitaba un abrazo amigo que me diese cobijo. Lloré, abrazada sobre su pecho derramé las últimas lágrimas que mis ojos almacenaban.
He ido con ella a su casa, he desahogado toda la amargura que me acongojaba, he sentido calor humano y me ha fortalecido.
Grosseto, 10 de marzo de 1967
Querida Julia,
En estos días los acontecimientos se han apresurado. Es como si el tiempo volase con la misma rapidez como las aves migratorias surcan el cielo buscando la calidez del Mediterráneo.
Mi cuerpo ya no puede aguantar más golpes, otro más y quizás sea el definitivo que acabe con mi vida. No quiero morir, necesito respirar en libertad. Es posible que tenga que renunciar a mi hijo, acercarme a él supondría ser descubierta por Arturo. Las joyas con las que ha ido comprando mi sumisión durante estos años servirán para forjarme una nueva vida. Giusseppe trata de convencerme para que denuncie a la policía los constantes maltratos, las huellas son patentes en muchas partes de mi cuerpo. No puedo, tengo miedo, solo quiero salir huyendo y que nunca pueda encontrarme. Quizás cuando consiga llegar a nuestro país me sienta más fuerte, pero no quiero denunciarlo, es el padre de mi hijo y en el fondo de mi corazón aún siento un extraño amor por él.
Querida amiga, tú has sido el refugio de mis alegrías y tristezas durante estos años. Esta es mi última carta. Deséame suerte…. yo te dejo mi más sincero abrazo por haber sido el único desahogo que he encontrado en todo este tiempo.
Gloria
Epílogo:
El día 12 de marzo de 1967 Arturo Padilla denunciaba en la comisaría la desaparición de su esposa.
Todos los esfuerzos de los detectives contratados por Arturo para encontrar a Gloria fueron inútiles.
Arturo continuó buscando a Gloria hasta el final de sus días. Nunca entendió por qué le abandonó.
Una mañana de Mayo, Julia Rives recibía un paquete que contenía estas cartas acompañadas de una nota:
Octavio Padilla
Juez Titular Juzgado nº 4 de Violencia Sobre la Mujer.
Valencia
Querida, Julia.
Permíteme que me dirija a ti con el mismo cariño que mi madre lo hacía.
El hallazgo de las cartas a Julia entre las pertenencias de mi madre, contestó a todos los interrogantes que me había hecho al regresar a Grosseto por requerimiento de mi padre.
Al poco tiempo volví a España y cambié el rumbo de mi vida.
Hoy, años más tarde, al sentir la tristeza de su ausencia y añorar sus abrazos las deposito en tus manos para que de alguna forma las hagas públicas.
Aquella caracola que me regaló en mi décimo cumpleaños reposa sobre la mesa de mi despacho. Ella y el susurro del mar permanecen a mi lado.
Un abrazo.
Octavio.
En nuestro país, desgraciadamente, en la actualidad, muchas Glorias han sido halladas a lo largo de los años inertes, perdidas y sin destino, como estas cartas, resultado de la tiranía y el machismo de algunos hombres.
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4 comentarios:
Óptimo!!!
Después de leerlo
el jurado,no tuvo
dudas,para mi
siempre será el primero.
Tema que defiendes con garra
compañera,rosas grana
y violetas perfumadas!
♥♥♥besos♥♥♥
Hermoso por lo bien escrito.
Terrible por la realidad que denuncia.
Enhorabuena, Amparo.
Muchos besos.
Cuando lo leí, el otro día, se me quedó un sabor de boca...como a sal...
Porque lo relatas con tanta delicadeza, con tanto cariño, la visión es tan espléndida y tan llena de amor, que una es incapaz de no sentir de cerca lo que siente la protagonista.
Para mi punto de vista, está redactado de maravilla, y la esencia es de lo mejor!!
Te doy la enhorabuena de verdad, Amaparo, porque creo que eres un diamante en bruto.
Muchos besos y felicidades!!
me estremece el dolor de Julia...lejos. testigo real de tremenda crueldad.
gracia amparo
un beso
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