Entre realidad y ficción. Se me planteó escribir un cuento sobre el miedo y pensé que lo que mas terror puede causar hoy en día a una niña o un niño es la.... GUERRA.
LA PUERTA NEGRA
El
miedo anda agazapado tras una puerta
negra que por las noches se abre y deja escapar monstruos que asustan a los
niños y las niñas.
Martina nació en
otra época, era un tiempo en que las noches eran siempre oscuras, cuando los
últimos rayos de sol se ocultaban tras la loma su madre salía a la puerta de la
casa y a gritos la llamaba para que dejase el juego y acudiese rauda, ella
siempre se hacía la remolona y esperaba el segundo o tercer aviso en el que ya
tenía que salir pitando sino quería recibir una regañina.
El padre lee el
periódico bajo los últimos tenues halos de luz, sobre la mesa un vaso de vino y
un platillo de olivas negras que siempre toma después de llegar del trabajo y
asearse en el agua del palanganero que se encuentra en un rincón de la cocina,
la misma agua en la que Martina se lava las manos antes de la cena al mandato
de la madre, después se sienta mimosa en las piernas del padre que la colma
de mimos y carantoñas.
La madre es una
mujer hermosa, grandes ojos, tez morena y pelo largo, sus pequeñas manos de
largos dedos han perdido la suavidad que quizás tuvo en otro tiempo, ahora reflejan
la huella del tiempo que las ha sometido a la tarea de lavandera en una de las
mejores casas de la ciudad. La vida le arrebató a su primer amor y aunque nunca
cuenta lo que supuso este hecho en el
fondo de sus ojos se aprecia un pequeño síntoma de tristeza, tristeza que
desaparece al contemplar los juegos entre padre e hij
-
Martina, deja a tu padre que viene
cansado de trabajar, pon la mesa que vamos a cenar –
-
Déjala mujer, ¿no ves que es el
momento que mas disfruto del día? Sus risas me hacen olvidar la dura jornada-
Martina es una
niña feliz, no le importa llevar siempre el mismo vestido ni que sus zapatos
estén viejos. Su madre siempre se acuesta la última, lava el vestido y la muda
para a la mañana siguiente levantarse la primera a planchar la ropa y limpiar
los zapatos para que Martina luzca limpia como una patena.
Podría
asegurar que a pesar de la pobreza que
rodea su vida es una niña feliz, se siente
querida, solamente una cosa ensombrece su dicha, aquella puerta negra que
siempre permanece cerrada le aterra, le aterra el momento en el que su madre le dice:
-
Venga hija, vete a la cama que a la mañana no hay
quien te levante-
-
Solo un poco más madre y ya me
voy-
Finalmente no le
queda más remedio que hacer caso a su madre y enfilar hacia la única puerta que
conduce a la habitación en la que se encuentra su cama un poco alejada de la de
sus padres, es un cuarto amplio, en unas de las paredes una hendidura en la
pared con estantes de madera simula un armario donde perfectamente ordenada está
colocada la escasa dote de la madre, una ventana en otra de las paredes, dos
baúles y una silla componen la estancia.
La cama de Martina se encuentra en un rincón
y casi a sus pies aquella tenebrosa puerta negra que siempre permanece
cerrada.
Martina cierra
los ojos fuertemente intentando dormirse, la tenue luz que le llega de la
cocina y el susurro de las voces de sus padres
atenúa su miedo. Es más tarde, cuando el sueño ya la ha vencido y el silencio de la noche solo se ve truncado
por la respiración del padre que Martina se estremece entre las sabanas al escuchar
el chirriar de la puerta al abrirse y sentir que los fantasmas salen y bailan suspendidos en el aire alrededor de su cama, después la alzan por los brazos
llevándola con ellos para mostrarle lo
que esconde aquella puerta negra.
La puerta es el
acceso a una cueva, los fantasmas depositan a Martina en el suelo y la dejan
sola, ella avanza por aquel lugar oscuro y tenebroso, a pesar del pánico que la invade, camina, en su recorrido encuentra personas deformes, muertos vivientes que le tienden
la mano demandando ayuda, a veces es una
niña como ella cubierta de heridas, otras un soldado con casco sobre una cabeza
de calavera que le pide que se siente a su lado, una mujer con un niño en brazos que solloza, otras
veces el miedo va más lejos y traspasa los límites de la cueva hasta colocarla
en el exterior donde el estruendo de una batalla la sorprende y no puede
encontrar refugio, la gente corre despavorida, desde el cielo cae una lluvia maligna que
estalla al rozar la tierra sembrando un huerto de cadáveres, Martina
continua caminando por encima de cuerpos
maltrechos que se aferran a sus piernas en un intento vano de salvarse de la masacre,
del horror, del miedo y de la muerte. Mira por todos lados buscando su casa, el
paisaje es desolador, solamente ve
escombros y fuego, quiere gritar, llamar a su madre para que la ayude. Su garganta se niega a emitir sonido alguno y
no la encuentra por ninguna parte.
Quiere regresar a
su casa, el camino se ha borrado, solo
hay restos de viviendas humeantes a su alrededor, ya no ve gente, todos han
desaparecido, en la lejanía un perro aúlla lastimosamente.
Agotada y muerta
de miedo se sienta sobre unos escombros, esconde el rostro entre sus manos y en
silencio solloza.
Una mano se posa
en su hombro:
-
Martina, cariño, despierta-
Martina despierta
sobresaltada, su madre está a su lado, le besa la frente y la anima para que
despierte y olvide la pesadilla que ella bien sabe que sufre, son recuerdos que
difícilmente podrá olvidar.
Aquella puerta
simboliza para Martina el miedo, el miedo atroz que producen las guerras en las
que los niños y niñas son víctimas inocentes que pagan un alto precio sin
merecerlo.
Sobre la mesa de
la cocina le espera un gran tazón de leche y galletas, la ropa lista en el
respaldo de una silla y la palangana al lado para que se asee.
Después tomará el
camino de la escuela donde olvidara el miedo y aquella puerta negra.